viernes, 4 de marzo de 2011

Balenciaga. La belleza del silencio




Siempre hay un momento para detenerse y volver a los maestros. Cristóbal Balenciaga creaba una nueva historia en sus maravillosas manos, con la complicidad de cada tela, encaje, pasamanería, o seda. Eran tan cómplices que una estructura nacía como una catedral y la admiración daba paso al silencio.
Resistió a la Segunda Guerra Mundial en París, y al cierre de su casa de diseño cuando la violencia desplegada de los alemanes y aliados no querían dejar un espacio a la belleza, pero, aún su nombre persiste como una leyenda, un camino a seguir.
Y qué trabajo le tomó al diseñador francés Nicolas Ghesquière, salvar a la firma de la bancarrota, en esta época de alocadas colecciones prêt-à-porter y millonarias campañas publicitarias, para sobrevivir en un mercado monstruoso y hambriento que pretende llenar la mente del público con deseos e insatisfacciones por una marca u objeto. ¿Pero, sigue siendo Balenciaga? ¿La esencia del maestro está todavía en su estudio? No lo sé.

Balenciaga era un artista no un mercader, y quizá vivió en un tiempo que estuvo preparado para su “lenguaje” en un ambiente distinto. Ahora, miraría extrañado todos los movimientos de corporaciones internacionales que manejan las firmas de moda, de los desfiles y de la avalancha de pseudo estrellas, y al final de esta locura hubiera dicho: solamente quiero crear.

Aunque ya no estén sus vestidos con aquel volumen clásico, o la limpieza de sus trajes que cubrían la silueta femenina, o el brillo de una flor trabajada a mano, quedan esas fotografías como el testimonio del esplendor de una época, cuando un material desconocido llegaba a su taller y se convertía en un universo.





































No hay comentarios:

Publicar un comentario